Ante todo, este artículo no es un tratado sobre ítems tan trillados y vapuleados como la ética y la estética. Como autor de novelas ficticias deslindo desde ya de cualquier responsabilidad o autoridad sobre los temas que expongo en este breve ensayo. Hecha la salvedad, vamos al contenido, si aún se animan a leerlo.
Lo primero que hay que tomar en cuenta al narrar una historia ficticia, es que tenemos que tener todo el contexto en claro, el que se describe a través de las líneas, pero mucho más importante el entorno y hasta universo donde se desenvuelve. Este universo puede tener sus propias reglas, que pueden ser completamente diferentes a las de nuestra realidad cotidiana, si es que alguien tiene en claro qué sea eso xD. Por supuesto que incorpora asimismo la psicología de cada personaje, hay muchos estereotipos que ayudan en eso si gustan de los clichés; aquí la diferencia con el nivel de fantasía que se quiera incorporar al universo, es que la psicología necesariamente tiene que seguir estándares reales. Un lector puede aceptar cualquier tipo de fantasía que rompa con sus preconceptos, pero respecto al comportamiento de los personajes esto no funciona de la misma manera. Aunque sean sorpresivos, los personajes deben responder a pulsiones y conductas que siempre tengan un correlato consistente a como una persona real se desenvolvería. Esto no significa que sea previsible, sino que tenga lógica desde el punto de vista de cualquier lector hacia el tipo de personajes que vamos a presentar. La estética de un relato es en esencia esto mismo, ficcionar mundos donde las psicologías presentadas sean posibles de existir en nuestra realidad. Si el universo es un símil del nuestro, más necesario es cumplir con esto. Romper con la estética es caer en el absurdo, en ese sentido hay algunos experimentos en un tipo de teatro llamado justamente teatro del absurdo, donde se juega permanentemente con las conductas irracionales conjuntas, pero son casos extremos y finalmente dejan historias abiertas donde la interpretación cae inevitablemente en el terreno de la asociación libre. Como en el free jazz, donde solo lo que dominan bien las reglas musicales pueden desarrollarlo, hay que dejar esas experimentaciones a quienes tienen un amplio dominio de la narrativa.
Ahora bien, que los personajes sigan líneas conductuales factibles, y evitando el error que todos sean copias en mayor o menor medida de su autor, significa que estaremos lidiando todo el tiempo con la ética. No la nuestra, sino la que respeten cada unos de esos personajes. Esto nos da la libertad de inventar caracteres que trasciendan lo límites de lo permisible en muchas de esas veces, sin ser esto una necesidad: se pueden narrar historias extraordinarias con personajes políticamente correctos. Pero al abordar psicologías que se riñen con lo socialmente permisible, no significa que esto mismo sea atribuible al autor, y el autor no debe sentirse juzgado por lo que sus personajes hacen. Es parte de la realidad encontrar gente con parámetros para desenvolverse por fuera de las reglas elementales de la coexistencia pacífica y respetuosa de sus congéneres; no hace falta dar ejemplos, los noticieros permanentemente bombardean con una cantidad inusual de casos, exacerbados hasta el cansancio.
Pero como dice la máxima, el todo es más que la suma de las partes. Aplicado a la narrativa, el todo está dado por el autor, el universo descrito, y sus personajes. En el todo está inserto entonces un grado superlativo de la ética, más allá de la que muestren los personajes, y se relaciona directamente al metamensaje. Por metamensaje tenemos que interpretar a lo no dicho, a la moraleja que se desprende de la misma historia pero que nunca es expresada. Este leer entrelíneas es el canal directo a la intencionalidad del autor, y el verdadero motivo por el cuál el mismo se tomó el trabajo de llevar adelante una narración, con el grado de sacrificio propio que implica el mismo más allá de la satisfacción natural por el logro de escribir un libro. Muchas veces no se trata de un mensaje que se pueda extraer en limpio, único y expresable en términos simples, el gran logro de escribir un libro es hacer que los lectores incorporen estos metamensajes de manera natural, subliminalmente, casi como si fuera un lavado de cerebro. La ética del autor entonces es saber reconocer que existe este metamensaje, y que el mismo tenga una intencionalidad que ayude a crecer y enriquecer interiormente a mejores personas, sea lo que sea que entienda el autor por esto último; hay tantos tipos de autores como personas pueden cruzar en el metro.
Un autor que solo deja transcurrir su historia sin manejar esta intencionalidad, que existe aunque desde el punto de vista de los hechos relatados vaya al garete y sin timón, corre un doble peligro: que la historia no sea lo que quería escribir, y que puede favorecer sin pensarlo a incorporar una ética equivocada en la sociedad. La responsabilidad y compromiso de un autor debe ser completa para lograr el cometido de establecer el metamensaje de acuerdo a sus principios. No hacerlo es traicionar definitivamente su propio trabajo y razón de ser como escritor.
El artículo terminó en la última línea superior, pero soy consciente que el grado de abstracción que tiene se riñe directamente con muchos de los lectores incapacitados de elaborar una extrapolación hacia las vivencias diarias, así que facilitaré algunos casos dignos de estudio; estudios que posiblemente existan.
En las historias típicas del bien contra el mal, la ética es clara cuando gana el bien todo el mundo está contento. Ahora si el bien está representado por fascinerosos paramilitares armados, con la lógica de una roca destruyendo todo lo que se cruce, el metamensaje está pervirtiendo lo socialmente correcto, es decir que el accionar de un paramilitar jamás representará una ética aceptable, el fin no justifica los medios.
Desde la fantasía, héroes vestidos con trajes de baño, cuando no directamente usar slips rojos sobre calzas azules cuya capa apenas cubre, e impartiendo justicia propia por fuera de la ley, aunque digan respetarla actúan de manera apócrifa en nombre de la misma, éticamente no es un absurdo, es una forma de alterar lo admisible en la sociedad desde que ayudan a naturalizar este accionar de parapolicías desquiciados.
Hoy en día se hace revisionismo de muchos títulos, y censurando o criticando desde el mensaje explícito y no su metamensaje. El caso Nabokov es típico de esto y está sumamente explotado, por sus críticos me refiero. La literatura de sexualidades alternativas con sus finales dramáticos cuando no ridiculizados, dejan entrever un castigo casi natural que acentúa el rechazo de los lectores como metamensaje. Los roles femeninos estereotipados como accesorios de historias, tenemos hasta el cansancio ejemplos, aquí el metamensaje es el de mantener la discriminación en forma conservadora de la sociedad de hace un siglo, naturalizando el trato que les daban nuestros abuelos a las mujeres. Las historias de asalariados luchando por mantenerse a flote con su economía precaria y que viven un éxito fortuito temporal o no, naturaliza como metamensaje su propia culpa de la situación que vive y destino, en vez de atribuirlo a un esquema de explotación ancestral que se estratifica y magnifica más aún, día a día que pasa. Centros médicos preocupados por la salud de sus pacientes/clientes, cuyo mundo termina entre los que pueden afrontar la facturación, metamensaje claro de que el acceso a la salud naturalmente debe ser restringido. Estudiantes de universidades que viven un mundo idílico desde que pueden pagar la membresía y contaron con la recomendación preuniversitaria de rigor, consolidando el metamensaje de que estudiar no es para cualquiera. Todas las invasiones extraterrestres de Hollywood empiezan por Nueva York, metamensaje que US es el centro del universo xD. Los demás ejemplos que olvido listar son innumerables, pero no me animo a pedirles que dejen los suyos, me aterra la ética que tienen en general los lectores de esta plataforma ;)